Camino del Práctico en Royal Enfield.


Contenido originalmente publicado y extraído del desaparecido Foro Royal Enfield España.

Aunque no podáis creerlo, por fin, y no es mentira, hemos concluido de forma exitosa la ruta del camino del práctico según los planes previstos. Había un cierto aire de desconfianza en el ambiente y algo nos decía que hoy tampoco sería posible. Doc, a última hora del día anterior tuvo que dejar el trabajo e irse a casa con fiebre. Pero a las diez, diez y media de la mañana del soleado sábado, uno de mayo, estaban en la puerta de Al Andalus Choppers, tan puntuales como siempre, media hora arriba media abajo, Doc, su hermana Anabel, Eva, Chapi, Rosa y el que escribe para, sin demorar demasiado la salida, irnos al ansiado desayuno con churros en la cercana localidad de Santiponce.

La carita de dormidos se borró minutos después.

Tras llenar los estómagos y despertarnos con un buen café nos dirigimos a Coria del Río donde nos espera impaciente nuestro amigo Robi, que nos guiará gustoso al embarcadero desde dónde cruzaremos el Río Grande, o como lo llamaron nuestros antepasados الوادي الكبير (al-wadi al-Kabir), o Betis antes, o Tharsis antes aún. El río Guadalquivir: el hilo conductor de una ruta que nos llevaría por la margen izquierda de todo su tramo navegable, desde Sevilla hasta su mismísima desembocadura en Sanlúcar de Barrameda.

No tuvimos que esperar nada. Llegamos, embarcamos, cruzamos tranquilamente y...
Desembarcamos tras una rápida travesía.

Entre pitos y flautas nos dan las doce menos cuarto cuando podemos decir que comenzamos a recorrer el camino del práctico. Gracias a un roadbook que encontramos en la red de redes, y a la magnífica interpretación que de éste hizo mi fantástica paquete, conseguimos, a pesar de las dudas, no perdernos ni una sola vez, cosa que aunque parezca extraña hubiese ocurrido sin duda en la primera parte del recorrido que discurría en gran parte a cierta distancia del río y entre inmensos arrozales flanqueados por innumerables caminos que se iban cruzando entre sí formando un laberinto que nos acogía como si no estuviese dispuesto a dejarnos salir de allí nunca más. Gracias también a no perdernos descubrimos que la ruta está marcada, en piedras por ejemplo, con flechas verdes que han dejado pintadas los ciclistas de la zona. De hecho, al principio de la ruta adelantamos a algunos participantes en el V descenso en bici del Guadalquivir. 

Durante todo el recorrido estaremos acompañados por garzas, cigüeñas, caballos, ovejas, y pájaros de mil colores y especies distintas que yo no sé identificar. Alguno incluso quiso acompañarnos corriendo a nuestro lado durante algún rato para disfrute de los que iban más retrasados en el grupo.

No me digáis que no es una bonita estampa.

El estado de estos caminos nos sorprendió para mal y la velocidad a la que avanzábamos era desesperantemente lenta. A penas cinco kilómetros después del desembarco ya circulábamos en una nube de polvo. Los tramos de asfalto son muchos, pero a pocos se les puede considerar como asfaltados realmente, y los que hay son sólo un vestigio de lo que algún día llegaron a ser. Piedra y polvo por doquier, baches a placer, socavones en los que cabían tres o cuatro de nuestras balas... A más de uno nos recordaron estos caminos a esas rutas que vemos en los videos de las Royal surcando los confines del Himalaya. Rezando iba yo para que a ninguna de nuestras joyas se le ocurriese pinchar una rueda. Aunque dentro de lo que cabe estábamos tranquilos porque  sabíamos que tarde o temprano pasaríamos por un par de bares de los que frecuentan los agricultores de la zona.

Estas fueron las primeras paradas para grabar, fotografiar...

Y quejarnos del mal estado del camino.

Además de lo relajado de nuestro ritmo no podíamos evitar ir parando para hacer las fotos y el vídeo que desde antes de salir ya teníamos en la cabeza. Cara colmo de lentitudes, en el kilómetro treinta nos encontramos con la romería de Pinzón, que fuimos sorteando durante casi diez kilómetros venciendo en todo momento las tentadoras ofertas de los personajes que ocupaban las carretas y gritaban desde lo alto: “¡¿Un botellín?!” “No, gracias, tenemos mucho que conducir” gritaba yo mientras tiraba del grupo entre caballos, flamencas, tractores, y carretas y carretas. Les adelantamos justo a tiempo de parar en el primer y atiborrado bar para comprar unos refrescos y salir de allí antes de que la caravana nos tomara de nuevo la delantera. Salimos zumbando temerosos de dios, o de la virgen en este caso, y no paramos hasta el kilómetro 43, donde nos encontramos con las ruinas de La Señuela, un lugar repleto de cigüeñas en el que nos relajamos y estiramos las piernas mientras bebemos algo.

Primera foto de grupo en las ruinas de La Señuela.

Seguimos después durante otros diez kilómetros por un precioso pasillo con asfalto en muy mal estado entre eucaliptos en el que Rosa, la intrépida reportera, arriesgando su pellejo, nos haría una demostración de sus dotes como cámara motorizada.

A pesar de todo estábamos disfrutando de lo lindo.

La unidad móvil de reporteros gráficos.

Rodando: Acción.

La porteadora.

Y por fin, a eso de las tres, la venta en la que pararíamos a comer. De todo un poco. Aceitunitas, ensalada, revuelto de patatas y cebolla, chocos a la plancha, tortillitas de camarones y, la estrella del evento, el albur o arbú, un pescado de río que nos encantó a todos. Como siempre un buen momento para las anécdotas y las risas que esta vez se vio un poco deslucido por el cansancio.

El de celeste es el camarero, un tío muy amable con el que estuvimos charlando sobre la ruta y las motos.

A eso de las cuatro y veinte, seguimos nuestra ruta. A partir de aquí las vistas del último tramo del río son impresionantes. La carretera nos engaña y cuando parece que empieza a mejorar nos sorprende con los socavones que mencionábamos al principio. Y nuestro notario puede dar fe de esto que digo, pues sus insaciables instintos de explorador le llevaron a adentrarse en uno de estos “agujeros negros” de la carretera, pero por alguna extraña conjunción de fuerzas físicas que no logramos comprender aún, salió escupido indemne de las mismísimas fauces de la tierra.







Hasta que por fin llegamos a una zona con un asfalto en perfecto estado que nos da pistas de la cercanía del fin de nuestra ruta. Pero justo aquí vemos un embarcadero en el que no podemos resistir la tentación de parar a hacer algunas fotos más.

A la orillita del Gadalquivir.

Lo dicho: tíos guapos donde los haya.

Y por hacer un poco el tonto… 

El tonto I.

El tonto II.

Hasta que llegó la guardia civil…

:-o


Que al verme la carita que le puse me dijo muy amablemente: “No te preocupes, que no te voy a echar la bronca”. “No, pero comprenda que sea como sea, verles aparecer siempre impone un poco”, respondí yo. Y claro, ¿de qué vamos a hablar? Pues de Royal Enfield.

Esta foto sí es autorizada.

Aprovechamos para preguntarles sobre posibles archivos fotográficos de la Guardia Civil pero no supieron contestarnos. En fin, que después de una agradable charla sobre la zona, las motos y las cosas de la vida… continuamos pasando por las salinas de Bonanza hasta llegar al  Pinar de la Algaida, atravesado por una pista de algo más de cinco desagradables y muy bacheados kilómetros.

Que rato más malo, quillo.

Y una vez atravesado el pinar nos encontramos por fin en Sanlúcar de Barrameda, donde callejeamos hasta llegar al lugar donde damos por concluido el camino del práctico, Bajo de Guía. Eran las seis y cuarto de la tarde cuando nos hicimos la foto en la meta.

Objetivo cumplido.

No fue fácil hacer las fotos del final del camino. Sanlúcar estaba invadida por moteros que venían a Jerez, y nuestras motos formaron un corro de curiosos ávidos de nuevos conocimientos moto-culturales que por un momento me hicieron temer que nunca más volveríamos a ver a nuestras polvorientas monturas. Debían pensar estos sorprendidos moteros que llegábamos de los desiertos de Mongolia o algo peor por las pintas que llevábamos y la forma en la que lo celebramos.

Tras una breve deliberación y visto lo maltrechos que quedaron nuestros cuerpos serranos decidimos irnos directamente y sin más preámbulos a la localidad que nos acogería durante la noche. En Lebrija pararíamos exhaustos en la tetería en la que descansaríamos durante un rato nuestros machacados huesos, o como diría una que yo conozco... nuestros doloridos culos.

Vió el cielo abierto.

Doc drogándose para no caer en las garras de la fiebre.

La anfitriona.

No hay amor, es sólo sexo.
"Quillo, no hagas esa foto que después seguro que me la pones en los internetes esos". Desechos que estábamos ya.

Antes de ir a Villa Rosa pasamos por el Anselmo a comprar alguna cosilla y ya no podemos evitar la cervecita y los chicharrones. Y acto seguido a casa y a preparar la barbacoa.

Doc siempre ha sido el más fogoso.

Y Chapi el que más pincha.

Recibimos la visita de los padres de Rosa y cenamos tranquilamente. El cansancio dio para poco más y tras las risas que no hay manera de evitar entre anécdota y anécdota nos vamos dejando caer en los brazos de Morfeo.

A la mañana siguiente nos levantamos tempranito, dejamos todo como nos lo encontramos y nos vamos a desayunar para después volver a nuestras casas esta vez por la ruta que ya conocéis de una de mis salidas anteriores. Pero antes no pueden faltar las últimas fotos de grupo.

El equipo al completo en Villa Rosa.

Abrazos a todos...

Como podéis ver este es un camino de lo menos práctico si lo que quieres es simplemente desplazarte, pero si lo que buscas es compartir una inolvidable experiencia con unos buenos amigos... no podrías practicar prácticamente ninguna práctica más práctica que invertir cinco horas y media para recorrer ochenta y cinco kilómetros sin contar la parada para comer. Una impresionante media de 15,45 kph. Hay que tener en cuenta que esto incluía las paradas para las fotos y el vídeo y el refresquito.

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